Siempre sonriente tocando el acordeón y alegrando la vida a los vecinos y viandantes con su música un tanto melancólica. En nuestros encuentros mantenemos una breve y cómplice conversación. Le dejo unas monedas en su caja de cartón y en ocasiones un cupón de la ONCE que para probar suerte compro a la entrada del mercado. Caminando de vuelta a casa, las melodías armónicas del Estrell y la alegría de su intérprete, me dan vueltas en la cabeza junto a la sensación de que siempre salgo yo ganando más de estos encuentros, cuestión que me da mucho que pensar.