Tres meses tardó la infanta en realizar el viaje que distaba entre su querida Alhambra y La Coruña. Una parada en Santiago, días de descanso en el monasterio de Guadalupe o la estancia en diversas ciudades que la honraban, alargaron el recorrido.
El primer intento fue en vano; su barco, azotado por una tormenta, desembarcó en Laredo. El 27 de septiembre de 1501, los Picos de Europa, arrogantes y altaneros, despidieron a Catalina. Su imagen quedaría en su retina, la última que guardaría de su amada patria.
Plymouth fue el puerto donde arribó; una alegre multitud la esperaba. Los Tudor respiraban, los monarcas españoles les habían dado el visto bueno. Catalina era esperada con ansiedad; acompañada por damas de su corte, emprendió el viaje a Londres a través de una tierra de bosques que se sucedían en una interminable letanía.
Digna hija de su madre, quiso impresionar a los que aguardaban. Y así hizo su entrada en un Londres engalanado para la ocasión. Llegó dos días antes de la boda, no sin antes haber conocido a su suegro y marido, empeñado el primero, obviando el estricto protocolo castellano y las órdenes emitidas por los Reyes Católicos. Nadie le iba a hacer retroceder en su propósito. El tiempo de espera carcomió su inquietud, no aguardaría ni un minuto más.
Catalina, engalanada para la ocasión, a lomos de una mula rica y profusamente enjaezada, acompañada por el legado papal y el duque de York, el futuro Enrique VIII, en la cabecera los heraldos del rey, avanzó entre la multitud sembrando rostros de sorpresa y admiración; un verdadero despliegue de orgullo castellano ante una ciudad que intentaba mostrar su lado más resplandeciente. Tapices, sedas y telas de plata y oro colgaban de edificios, la música recorría los rincones, la gente se apiñaba deleitándose con la entrada de Catalina, impresionados y sublimados por su figura.
La aventura inglesa comenzaba, la vida de Catalina emprendía un viaje sin retorno; un viaje accidentado que la marcaría a fuego.
Atrás quedó la bonanza, se aproximaba la más grande de las tormentas.

Lola:
Y pensar que ahora puedes hacer el viaje de ida y vuelta a Londres en el día…