Fiebres, resfriados, tos continua, apatía, depresión y trastornos alimenticios fueron sus acompañantes durante siete años de viuda. Abandonada, sin conocer el idioma, sin recursos económicos, los días de Catalina se sucedían lánguidos y yermos. La daga que la atravesó un poco más, retorciendo sus entrañas hasta necrosarlas, fue la muerte de su querida madre; ya no era hija de la todopoderosa reina de Castilla, la mano influyente de su madre había desaparecido para siempre. Juana se convertía en nueva reina y ella, la hermana pequeña, continuaba siendo una ficha más en una partida en la que no se le permitía hacer ningún movimiento; sola, a merced de las corrientes embravecidas de su padre y suegro de nuevo.
El futuro de Catalina resbalaba por una pendiente, ya no era necesaria, descendía en la escala hasta casi el último peldaño. El monarca inglés mimaba a Felipe el Hermoso; en el horizonte, la unión mediante el matrimonio del que sería futuro emperador y María, hija de Enrique VII.
Y de nuevo llegó, se paseó coqueta y confiada entre los vivos eligiendo a su presa; la muerte de Felipe abrió las ventanas de la esperanza. Enrique VII frente al rey Católico; las tornas volvían a cambiar, el matrimonio volvía a considerarse. Se abría una rendija para poder respirar, Catalina volvía a ser necesaria. La exigencia de Enrique VII sobre el pago completo de la dote y su incumplimiento la dejaban a merced del maltrato de un hombre que no veía más allá del dinero, zozobraba entre dos corrientes opuestas; un náufrago a merced de una desbocada y rabiosa tempestad.
Aquel atisbo de esperanza se fue desvaneciendo, replegándose en algún lugar recóndito del alma, llevándose la energía de Catalina, sumiéndola en las garras de la desesperación e impotencia.
Y la muerte reapareció como si fuera un leal aliado. Ella, que rondaba a su antojo, que se movía sin ataduras, sin respetar a nada ni a nadie, sin recibir órdenes, imponiendo su tiranía, anidó en el monarca inglés. Fue la llave que abrió la puerta de salida a su abatimiento y desesperación, la llave que la impulsó con energía, una amiga que la condujo a alcanzar la corona inglesa.
Catalina y Enrique, ungidos y coronados, abrían una nueva página de la Historia.